El incidente de Volodomir Zelenski y Justín Trudeau — Primer Ministro de Canadá– en el parlamento canadiense esta semana, cuando aplaudieron a Yaroslav Hunka, un excombatiente ucraniano que luego se reveló como miembro de las SS, generó críticas en muchos medios occidentales. El anciano fue presentado en el acto como “un luchador por la independencia de Ucrania contra los rusos durante la Segunda Guerra Mundial”.
Fuente: Página 12.
Jorge Wozniak *
Una cuestión a plantearse es, hasta qué punto, los involucrados ignoraban el pasado del agasajado.
En Occidente, durante décadas, magnificaron el papel de EEUU y Gran Bretaña en la derrota nazi y se ignora que el 80 por ciento de las tropas alemanas fueron destruidas por los soviéticos. Luego, durante de la Guerra Fría, los soviéticos fueron asimilados a los rusos, lo que permitía presentar a la URSS como un Estado donde otras naciones estaban sometidas a los rusos, buscando generar rivalidades entre ellas. Se ignoraba que durante gran parte de la historia soviética, sus principales dirigentes fueron no rusos: Stalin era georgiano y Jrushchov y Brézhnev ucranianos. Además, Canadá fue refugio de gran cantidad de ucranianos colaboracionistas que se agruparon en el Congreso Canadiense Ucraniano, asociación muy activa con un discurso anticomunista y antirruso.
Así se podría comprender la ignorancia de los dirigentes canadienses acerca de que el homenajeado, al ser un combatiente contra los soviéticos –o los “rusos”–, debió haber estado del lado de los nazis.
Esta ignorancia histórica no puede atribuirse a Zelenski porque el debate sobre el pasado viene dándose hace años en Ucrania, incluso bajo su gobierno. Desde antes de la independencia y luego aún más, se discutió el papel de los nacionalistas ucranianos en la guerra. Se exaltó a los colaboracionistas nazis como una oposición legítima al comunismo porque este habría sido peor para los ucranianos y cualquier alianza era válida para derrotarlos. Se reivindicó a la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN), creada en 1929 para conseguir un Estado ucraniano. Dicha organización se dividió luego en dos: una de ellas la dirigió Stepán Bandera. En la Polonia ocupada por Alemania se formaron en 1941 los batallones de ucranianos nacionalistas Nachtingall y Roland, integrados al ejército alemán para invadir la URSS. Allí el batallón bajo el mando del ucraniano Román Shujévich organizó la primera matanza de judíos, antes que los propios nazis.
En 1942 la OUN de Bandera creó el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) para combatir a soviéticos, polacos y alemanes, y crear su Estado Aunque luego pactaron con los nazis luchar contra los soviéticos. En 1943 exterminaron al menos a 80.000 polacos en Volyn para lograr un territorio étnicamente puro. Además, la OUN facilitó el reclutamiento de miles de ucranianos para crear la División 14 de la SS (conocida como Galitzia). Con la derrota nazi, la mayoría de los nacionalistas se refugió principalmente en EEUU y Canadá.
Al colapsar la URSS, el OUN fue legalizado como el partido Congreso de Nacionalistas Ucranianos (KUN) que en 2005 integró la alianza que llevó al gobierno a Víktor Yúshchenko. Este comenzó una campaña para reescribir el pasado y crear una identidad homogénea para imponerse sobre la multiculturalidad existente; buscaban quitarle el respaldo a los prorrusos que exigían la cooficialidad del idioma ruso y gobiernos provinciales autónomos. Se creó el Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional y por ley fue delito negar el carácter de genocidio antiucraniano a la hambruna de 1932 bajo Stalin. Se declaró a Shujévich héroe y la OUN y la UPA como organizaciones que lucharon por la liberación nacional. Finalmente se declaró a Bandera como héroe, acusado de manera oficial por el Parlamento Europeo de ser abiertamente un colaboracionista nazi.
El gobierno de Víktor Yanukóvich en 2010, representante de las regiones rusófonas, desmanteló estas medidas: Shujévich y Bandera perdieron el título de héroes y las organizaciones a OUN y UPA les quitaron su carácter de “luchadoras por la liberación”. Y al Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional no se le permitió más fomentar la reivindicación de personajes nacionalistas.
Víktor Yanukóvich sufrió protestas de los nacionalistas por esos cambio políticos pero ganó ampliamente las legislativas de 2012 y declaró cooficiales a todas las lenguas habladas en una provincia. El acuerdo de Yanukóvich con Rusia a fines de 2013 generó movilizaciones en Kiev y ciudades del Oeste que culminaron en el Euromaidán a principios de 2014, donde participaron grupos muy heterogéneos, aunque fueron muy activos y visibles los nacionalistas y neonazis, aunque tuvieran poco respaldo electoral.
El derrocamiento de Yanukóvich puede ser calificado de golpe de Estado porque no se respetaron los pasos legales para su destitución. La oposición al golpe en el Sur y el Este dio comienzo a una guerra civil, durante la cual Crimea fue anexada por Rusia. La debilidad del ejército ucraniano y el avance de las milicias prorrusas solo pudo ser contenida con la movilización espontánea de las milicias ultranacionalistas, algunas abiertamente neonazis, como los batallones Azov, Aidar, Donbás y Dnipro, quienes reivindicaban las acciones de la OUN y la UPA.
El presidente Poroshenko incorporó esas milicias al ejército ucranianos para contenerlos, lo que implicó un reconocimiento oficial de las figuras que ellos reivindicaban del pasado.
En 2019 asumió Zelenski por amplia mayoría, lo cual no fue necesariamente un triunfo democrático porque los dos principales partidos hasta entonces –el de las Regiones y el Comunista con amplio respaldo entre los prorrusos– estaban proscritos, lo que explicaría el 39 por ciento de abstencionismo. Zelenski prometió legalizar el ruso y poner fin al conflicto armado, aunque su primera medida fue ir al este a establecer acuerdos con los dirigentes de los batallones nacionalistas y neonazis.
Las elecciones legislativas, poco después, fueron aún peores: el abstencionismo superó el 51 por ciento. Por sus acciones a fines de 2021, solo el 23 por ciento apoyaba a Zelenski. Y la publicación de los Pandora Papers lo desprestigió más: lo mostraba como dueño de millones de dólares ilegales en el exterior. A medida que su popularidad caía, aumentaba su discurso antirruso y su acercamiento a los ultranacionalistas.
* Investigador en el Centro de Estudios sobre Genocidio (UNTREF) y docente de Historia Contemporánea (Ciencia Política – UBA).