La apuesta de Alejandro Leiva Wenger, de abordar nuestro trauma histórico a través del humor me parece genial. Esta hilarante comedia negra estrenada recientemente en el Dramaten, constituye un verdadero conjuro contra la perversidad que dejó una profunda herida en la sociedad chilena, y que – cincuenta años después – aún sangra.
Por: Marisol Aliaga
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El cumpleaños de papá
”Pappas födelsedag”
De: Alejandro Leiva Wenger
Dirección: Frida Röhl. Escenografía y vestuario : Charlotta Nylund. Iluminación: Carina Backman. Música: Joel Hammad Magnusson
Elenco: Ana Gil De Melo Nascimento, David Fukamachi Regnfors, Omid Khansari, Pablo Leiva Wenger, César Sarachu, Sanna Sundqvist, Kristina Törnqvist.
Estreno: 26 de octubre de 2023 en Dramaten, Estocolmo. Duración: 1 hora y 50 minutos
La imagen del papá, interpretado magistralmente por Cesar Sarachu, en esta comedia negra sobre una familia de exiliados chilenos en Suecia se queda en mi retina por largo tiempo. Porque cada vez que veo a Antonio levantando triunfalmente los brazos como diciendo: “¡Venceremos!” una felicidad fugaz me recorre el cuerpo, su alegría es contagiosa.
Y me dan unas ganas terribles de abrazar a este chileno que llegó a Suecia huyendo del terror desatado en el Chile del 73, con sus tres hijos a cuestas y la pena infinita de su compañera detenida desaparecida. Antonio habla el sueco con acento, es muy entusiasta pero bastante confundido, tiene la mirada puesta en Chile y se desvela por atender a sus hijos, que no siempre aprecian sus artes culinarias.
Es jueves 26 de octubre por la tarde, y en la sala Lilla Scenen del Dramaten se estrena la obra de teatro El cumpleaños de papá, (en sueco: “Pappas födelsedag”) del dramaturgo y escritor Alejandro Leiva Wenger. Las entradas se han agotado y en el público distingo a varios conocidos, algunos de mi edad, pero también muchos jóvenes. La obra promete.
Y rápidamente me doy cuenta de que mis expectativas se ven superadas. Creo que nunca antes me había reído tanto con una obra de teatro en el Dramaten, aunque de repente la risa se transformara en llanto. Porque obviamente que el pasado también duele, y nuestra memoria histórica está llena de tragedias. Pero también de resiliencia.
Desde el principio se crea el suspenso y se marca el tono: la incertidumbre. Lo que no se dice, lo que se oculta, lo que se miente. Nada es lo que parece ser. Todas las familias tienen sus secretos, solo que en esta familia se junta el trauma de todo el país. El trauma colectivo que marcó el 11 de septiembre de 1973.
La obra comienza cuando la hermana mayor, Norma, encarnada por Ana Gil de Melo Nascimento, se está preparando para ir a festejar el cumpleaños del papá. Norma conversa con su novio sobre su última obra de arte en la que expuso a su familia tal vez un poco más de lo necesario. Pero ¿dónde se encuentran? Vemos la cara de ella proyectada en una tela transparente que cubre casi todo el escenario, pero que desaparece cuando la pareja se va.
Y entramos, en cambio, al comedor de un departamento donde se desarrolla prácticamente toda la acción. Personajes entran y salen y lo único que se mueve en esta puesta en escena es un andamio de iluminación que va cambiando de vínculo. Incluso de repente loso focos iluminan al público.
Antonio, el papá, está de cumpleaños, y sus dos hijas, el novio de una de ellas, su hijo y su joven amigo y vecino han llegado a su departamento, para celebrarlo.
Pablo Leiva Wenger interpreta al hijo único, Claudio, quien llega primero que todos, cuando su padre está sumamente entusiasmado mirando videos en Youtube. En Chile se está desarrollando un estallido social.
“¡Mira Claudio, están cantando las canciones de Víctor Jara!”, exclama, y en su cara se refleja todo el fervor de los años de lucha, cuando entonaba El pueblo unido jamás será vencido y luchaba por justicia social, por un mundo mejor, junto a Salvador Allende.
Antonio está tan entusiasmado, que se olvida que padece de electrosensibilidad y que no soporta ni siquiera los celulares. Por eso Claudio, lo aleja de ambos aparatos y obedientemente se pone a practicar español con él, lo que da lugar a una serie de equívocos lingüísticos que resultan muy hilarantes.
¿Pero qué hay en la maleta que trae Claudio?, se pregunta Antonio. Es la misma maleta en la que echó lo poco y nada que tenía, al salir de Chile. Ropa, zapatos, algunos juguetes de los niños.
“Documentos importantes de la redacción”, responde, en voz baja, Claudio, y el pecho del padre se hincha de orgullo. “¡Mi hijo es periodista!”, y como él, sigue sus huellas y su lucha contra los fascistas. Periodista, como su madre, quien después del golpe militar del 73 se convirtió en una más de los miles de detenidos desaparecidos. Aquellos que hasta el día de hoy son buscados.
Pero el papá ahora la espera. Puso un cubierto para ella en la mesa, y ahora tiene que encontrar la torta de princesa, que en realidad “es puro aire”, pero, en fin, van a celebrar porque el papá está de cumpleaños.
Aunque Alejandro Leiva Wenger pertenece a la segunda generación de exiliados chilenos en Suecia, tiene la capacidad de captar y de reflejar esas pequeñas y grandes batallas que libramos, en el día a día, quienes pertenecemos a la primera. La lucha constante no solo con el idioma sueco, sino también con esos códigos sociales que nunca entenderemos. El añorar un país que ya no existe. El desapego de los hijos.
Y los diálogos rápidos e inteligentes que nos causan tanta risa y que de repente nos dejan con la risa a medio camino, porque tampoco estos le hacen el quite a lo más oscuro de nuestro pasado, aunque nuestros hijos se esfuercen por no verlo. Es natural el querer protegerse del terror.
Esta apuesta de artistas chilenos de la segunda generación, de desvelar ante el mundo nuestro trauma histórico a través del humor me parece genial. Lo considero un verdadero conjuro contra la maldad que nos tocó sufrir.
Después de la función me voy a casa con una sonrisa de oreja a oreja, pensando en los puños en alto de Antonio y en su “¡venceremos!”… y le agrego: hasta que la dignidad se haga costumbre.