La joven directora belga Lisaboa Houbrechts se toma algunas libertades en la adaptación de Yerma, de Federico García Lorca, en el Dramaten. En su audaz apuesta, el poeta y dramaturgo español cobra vida y se integra como un personaje más a la obra.
Nina Zanjani, encarna magistralmente a Yerma, en una bellísima puesta en escena que hace honor a la inmortal tragedia de Lorca.
Por: Marisol Aliaga
Yerma, de Federico García Lorca
Traducción: Jens Nordenhök
Dirección: Lisaboa Houbrechts
Escenografía: Clémence Bezat
Vestuario: Oumar Dicko
Iluminación: Floriaan Ganzevoort
Maquillaje y pelucas: Mimmi Lindell, Johan Lundström
Música: Bert Cools, Stijn Cools, Indrė Jurgelevičiūtė
Elenco: Elle Kari Bergenrud, Ellen Jelinek, Christopher Lehmann, Hulda Lind Jóhannsdóttir, Razmus Nyström, Tina Pour-Davoy, Christoffer Svensson och Nina Zanjani
Escenario: La gran sala del Dramaten
Duración: 1 hora y 30 minutos. Sin pausa.
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Confieso que me quedo perpleja ese jueves por la noche en el estreno de Yerma, en la gran sala del Dramaten. La obra inmortal de Federico García Lorca se me hace difícil de reconocer, falta un personaje, y en su lugar está otro…y, que sorpresa, ¡es el mismísimo Lorca!
Sin duda que la directora Lisaboa Houbrechts y su equipo se ha concedido algunas libertades. Pero, al leer el folleto – que el público recibe al ingresar a la sala y que condensa el contenido de la obra – me doy cuenta de que la directora quiso llegar hasta la misma médula de Lorca y, con esta nueva Yerma, quiso reivindicar al poeta, al artista.
“Yo te sitúo en el escenario para nuevamente poder ver a la Yerma que mata a su esposo. Hago esta maldita puesta en escena para que puedas seguir danzando frente a ese fusil que te apuntaba”, escribe Lisaboa Houbrechts.
Y la puesta en escena es tan magnífica como innovadora, algo muy propio de Lorca, a quien le interesaban los grandes temas que nunca dejan de ser vigentes. En este caso, la esterilidad, la endivia, el machismo y la presión social de tener hijos en la España rural en los albores del siglo XX.
A poeta granadino parecía interesarle mucho la situación de la mujer en la sociedad en la que le tocó vivir, tal vez gracias a la cercanía con su madre. De hecho, dijo: “Mi infancia es aprender letras y música con mi madre, a ello le debo todo lo que soy y seré”.
Yerma (1934) es la segunda de la trilogía rural lorquiana, que se compone de “Bodas de sangre” (1933) y “La casa de Bernarda Alba” (1936). En estas, el poeta nos presenta un universo de mujeres que se debaten entre una infinidad de sentimientos, como el anhelo, la desesperación, el deseo, la venganza y, sobre todo, la represión tan propia de la época.
La puesta en escena es bellísima. La escenografía se compone de una plataforma circular que va rotando y está inclinada, remembranzas tal vez de una colina, en un fondo que cambia de color, a veces es blanco, como la pureza y el anhelo, a veces rojo, como la pasión, también amarillo, como la traición, o negro, como la nada misma, la muerte.
Por la plataforma se desplazan los personajes: Yerma (Nina Zanjani); su marido Juan (Christopher Svensson); Lorca (Christopher Lehmann), María, las lavanderas, la vieja.
Yerma ama a su esposo Juan, pero han pasado dos años de matrimonio y su vientre no se ha hinchado, como el de las otras jovencitas del pueblo, que una a una va pariendo en un carrusel del cual ella, infértil, se queda afuera con sus manos en alto, suplicando que el destino le conceda un hijo. Pero Juan no comparte este anhelo ni tampoco le preocupan los chismes que circulan por el pueblo. Además, ahora tiene la compañía de Lorca. Esta nueva versión de Yerma proporciona otra explicación a la infertilidad de su sufrida protagonista.
Lisaboa Houbrechts, al ubicar en el escenario a Federico García Lorca, encarnado en Christopher Lehmann, reivindica al poeta que fuera asesinado por ser homosexual solo dos años después del estreno de Yerma.
Sospecho que el disruptivo Lorca habría quedado fascinado con esta artística puesta en escena, un deleite para la vista y los oídos, donde se conjugan elegantemente todos los elementos dramatúrgicos que dan vida a la gran obra maestra del teatro español.
El conjunto de la brillante actuación de Nina Zanjani – que se consagra como una de las más destacadas actrices suecas – la impresionante escenografía, música, iluminación, vestuario, etc. hacen de justicia a una de las más conocidas frases lorquianas: “El teatro es poesía que se levanta del libro y se hace humana”.