“Muchas cosas son monstruosas, pero nada es tan monstruoso como el hombre”, escribía Sófocles. Esa frase aún sigue vigente, pero la desobediencia civil de Antígona en el Amazonas nos recuerda que aprobar es de cobardes y rebelarse de héroes.
El teatro combativo de Milo Rau no solo pretende mostrar la realidad, sino también cambiarla. Y su Antígona en el Amazonas, presentada el pasado viernes en la gran sala del Dramaten se propone hacerlo. Porque ante los Creontes que abundan en la sociedad actual, se requieren Antígonas que les hagan frente.
Por: Marisol Aliaga
Creo que nunca una obra de teatro en el Dramaten me había estremecido tanto – ¡y vaya que he visto obras que me han dejado sin aliento! Pero la Antígona en el Amazonas, de Milo Rau, que se presentó durante dos días en el marco del Festival Bergman – que tantas obras inolvidables nos ha traído – me llegó hasta el alma. A tal punto que se ha hecho sumamente difícil escribir una reseña sobre esta, la emoción me abruma.
Antígona en el Amazonas me hizo recordar las obras de teatro que se montaban en Santiago, durante el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular. El teatro combativo de, por ejemplo, Bertolt Brecht, que estremecía nuestros corazones y alimentaba las esperanzas de que un mundo mejor era posible.
Y que grata sorpresa me llevé al ver pancartas color rojo y negro del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) de Brasil desplegadas en el hall y en la escalinata que conduce a la gran sala del Dramaten, con consignas como “Nosotros cultivamos la tierra y la tierra nos cultiva” y “¡No al acaparamiento de tierras y la explotación!”.
Ciertamente fue una velada inolvidable e impactante. Y es justamente el sello que caracteriza el teatro del director suizo Milo Rau: un teatro que impacta, que queda en la retina, y que aspira a nada más ni nada menos que cambiar la sociedad.
Se trata de una dramaturgia testimonial, de un teatro que viene a acusar hechos que se están produciendo ahora mismo en nuestra sociedad, en nuestro planeta, y que son monstruosos. Son monstruosos y son cometidos por el hombre. Y es nuestra obligación, como humanidad, rebelarnos.
Y lo más asombroso de esto es que ya en el siglo quinto antes de Cristo, Sófocles, el gran tragediógrafo griego – tal vez el más grande – escribía sobre un hecho que aún hoy sigue vigente. Algo aún más transgresor en su época (y vaya que han pasado años): el que una joven mujer fuera capaz de enfrentar al poder, con todo lo que eso significaba, en una sociedad en que las mujeres apenas tenían derecho a existir, aún menos de opinar y menos aún de levantarse en contra de un hombre.
La tragedia griega
Recordemos que la Antígona de Sófocles trata de conflictos familiares, de lucha de poderes y del dilema de qué importa más, la ley de los dioses o de los hombres. El rey Edipo no logró evadir su destino y terminó desposando a su propia madre, la reina Yocasta. Luego de unos años de bienestar, en los que tuvieron dos hijos y dos hijas, una pestilencia comenzó a invadir la ciudad de Tebas, y Edipo se dio cuenta de que era el culpable, por haberse casado con su propia madre. Se arrancó los ojos y huyó de la ciudad. Sus propios hijos fueron quienes lo echaron, y Edipo, antes de partir, los maldijo. Éstos primeramente se turnaron en el poder, hasta que uno de ellos, Etéocles, no quiso entregarle el trono al otro, Polinices. Éste, en cólera, pidió la ayuda de guerreros de otra ciudad, para vencer a su hermano. Ambos terminan muertos y la ciudad se enfrasca en una guerra civil. Ante el vacío de poder, el hermano de la reina Yocasta, Creonte, se proclama como el nuevo rey y ordena que se le dé sepultura a Etéocles, pero no así a Polinices, puesto que éste era un traidor y como tal, su cuerpo debe permanecer sin sepultura y a merced de las alimañas. Es aquí cuando entra en escena Antígona, quien, a diferencia de su hermana Ismene, que le teme al rey, se opone a esto y, desobedeciendo el decreto real, va y le da sepultura a su hermano.
Para Antígona valen más las leyes divinas que las de Creonte, y sabe que los dioses no ven con buenos ojos que no se le dé sepultura a un muerto. Su acto, por supuesto, tiene consecuencias fatales.
La tragedia en el Amazonas
Pero, en fin, volvamos a nuestra Antígona. El escenario de la gran sala del Dramaten está cubierto por tierra de un color rojizo, como la tierra del Amazonas; una pantalla gigante, las llamas que emanan de unos tarros de metal iluminan tenuemente la escena. Antes de que se apaguen las luces, vemos a dos actores en el escenario, Pablo Casella toca la guitarra y Frederico Araujo enarbola una bandera roja y negra con el símbolo del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra MST, de la Amazonía.
Después se incorporarán dos actores flamencos, Sara De Bosschere y Arne De Tremerie.
En la pantalla gigante se irán proyectando videos de escenas filmadas en la Amazonía, con la participación del MST y el equipo de Milo Rau. Los actores que están en el escenario aparecen también en la pantalla grande e interactúan entre sí. Es impresionante como el director logra una armonía entre estos dos medios, el fílmico y el teatral, que se combinan y se potencian en forma genial.
Los actores nos introducen a la obra: la tragedia se compone de cinco escenas y un epílogo. Y nos presentan el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra MST, que hará el papel del coro – o corifeo – y también nos describen sus propias experiencias en el desarrollo del proyecto. Porque esta no es solo una obra de teatro que se presenta en un escenario y después se olvida. Es el compromiso que el equipo de Milo Rau ha adquirido con los activistas, el de mostrarle al mundo lo que está pasando en el Amazonas.
Nos cuentan que toda tragedia comienza con una guerra civil, con una masacre. Antígona en el Amazonas parte con una recreación de la mayor masacre contra activistas amazónicos, en Brasil. El 17 de abril de 1996, el MST corta la carretera transamazónica Eldorado do Carajás, del estado de Pará. La respuesta de la policía militar es brutal: golpean a diestra y siniestra y vemos imágenes que nos recuerdan nuestras masacres: hombres y mujeres tendidos en el suelo con las manos en la nuca y los uniformados apuntándoles con armas de fuego. Asesinaron a veintiún activistas y dejaron a sesenta y nueve heridos. Se manifestaban en forma pacífica, pero la policía militar les disparó cobardemente a mansalva.
Mi cuerpo se tensa ante el horror de los hechos que se desarrollan en la pantalla gigante. Son imágenes que las he visto anteriormente, en otras masacres. La recreación se llevó a cabo en el mismo lugar donde ocurrieron los hechos, en 1996, y la protagonizaron activistas sobrevivientes de la represión a Los Sin Tierra y el equipo europeo de Rau. Sara De Bosschere y Arne De Tremerie encarnaron a policías militares. Pero en la obra en el Dramaten tienen otros roles, algo común en las tragedias griegas. El efecto es estremecedor.
“Por nuestros muertos, ni un minuto de silencio, sino toda una vida de lucha”, dicen los activistas, y con su participación en este proyecto, logran que esta tragedia trascienda y que sea conocida también en Europa, donde el recuerdo del colonialismo siempre pena. Ser indígena significa ser activista de nacimiento, dicen. Significa ser parte de una lucha de más de quinientos años, y heredar muchos traumas.
A través de los diálogos de los actores en escena, que interactúan con quienes participan desde los videos, aprendemos a conocer y a comprender la lucha de los activistas del MST por el derecho a sus tierras y en contra del saqueo y la devastación del medio ambiente. Deberían ser respetados y protegidos, en cambio son perseguidos, desplazados y asesinados. Jair Bolsonaro se burló de ellos, amenazó con acabar con las reservas indígenas y desgraciadamente el coronavirus fue su mejor aliado. Nunca la selva amazónica fue tan monstruosamente devastada como cuando Bolsonaro fue presidente. Afortunadamente, Lula Da Silva pudo volver al poder, pero la amenaza de la extrema derecha, con sus políticas depredadoras sigue presente en el Brasil.
¿Dónde está Antígona?
Pero la obra continúa, y conocemos a Antígona. La encarna la artista y activista indígena con un nombre potente: Kay Sara. Aunque su personaje lo vemos solo en los videos, la realidad se impuso frente a la creación artística. Se dice que, faltando tres días para el estreno, el 2023, y luego de tres años de trabajo interrumpido dos veces por la pandemia del Coronavirus, Kay Sara regresó a casa. Se dice que nunca se sintió cómoda en Europa, y quería estar son los suyos, trabajar para los suyos, en su comunidad. Por parte de su padre, pertenece al pueblo indígena Tariana y por parte de su madre, a los Tukano.
La apuesta de la producción, de complementar la interacción en escena con los vídeos grabados en el Brasil hizo posible que Kay Sara sin estarlo, estuviera.
Su actuación es potente, sobre todo al desahogar toda su desesperación arrodillada junto al cadáver de su hermano Polinices, encarnado por Frederico Araujo, quien se parece mucho físicamente a un joven activista que fuera asesinado en 1996.
“El hombre tala los bosques en busca de oro y otros minerales, toma la energía de los ríos con represas, obliga a los hijos de los bosques a olvidar su suelo natal y etiqueta como su propiedad los lugares donde vivieron sus antepasados”, canta el coro de los campesinos sin tierra. Y su lucha es la de todos nosotros, es la lucha por la preservación del planeta, la defensa de la Madre Tierra.
Ya en el epílogo, vemos al legendario líder, escritor y activista indígena Ailton Krenak, quien encarna al vidente de Antígona: Tiresias. Él asegura que estamos en el final, pero que este no es el apocalipsis, pero, a diferencia de Europa, las comunidades indígenas han vivido en el apocalipsis por más de quinientos años, y no se han dejado aplastar.
En el epílogo se nos dice que esto no acaba aquí, que esto continúa.
Y el mensaje que me deja Antígona en la Amazonia es que no debemos bajar los brazos.
Que la lucha continúa…